Días difíciles en Malvinas


JOHN FOWLER escribió un diario en aquellos días de 1982 que fue la base y la fuente de este libro de relatos sobre lo que vivió como isleño durante la guerra de Malvinas.
Desde el prefacio nos señala que no se puede encontrar una sola explicación del porqué se llegó a donde se llegó, y aclara que hay muchas fuentes para elegir, porque hay mas “de una versión verdadera”. Porque la cuestión no trata sobre un solo lugar, sino dos: las Falklands y las Malvinas aunque ambos ocupen el mismo archipiélago en el Atlántico sur.

John se reivindica como un isleño por adopción, porque nació en York, Inglaterra, pero dice que igual es todo un poco confuso porque según la versión argentina, los nacidos en Malvinas deberían ser considerados argentinos, ya que nacieron en su territorio, pero siempre se dice que son una población trasplantada, o mejor dicho, implantada en las islas por los británicos.

Dice que la invasión argentina (o la recuperación) los tomó de sorpresa, aunque estaban acostumbrados a que los gobiernos de Buenos Aires cuando “se veían en la necesidad de distraer la atención de sus ciudadanos por su propia ineptitud” acudían al reclamo histórico de las islas “mediante palabras imprudentes”.

En las islas estaban acostumbrados a vivir en total estado de paz y tranquilidad, tanto es así, que cuando John fue avisado de la inminente invasión argentina, quiso poner llave a las puertas, y solo pudo cerrar la puerta trasera de su casa, porque nunca encontró la llave de la puerta delantera.
Además de la pacífica convivencia típica de las islas, se mantenía también un cómodo, (para los isleños), aislamiento del mundo. Cuenta John que cuando el submarino Endurance (asiduo visitante) llegaba al puerto, eran famosas las invitaciones a bordo a comer un exquisito “fish and chips” (pescado frito con papas fritas) que se servía envuelto en papel de diario, que los isleños luego guardaban para leer las noticias.

Pero a pesar de esa desconexión con el resto del mundo, sabían perfectamente quiénes eran los militares que gobernaban en la Argentina y cuando tuvo que presentarse ante las nuevas autoridades, como el funcionario responsable de la educación en las islas, temió que lo llevaran a la parte trasera del edificio donde habían instalado su cuartel general y le pegaran un tiro, “dado lo que sabíamos de la conducta de la junta militar argentina para con su propia ciudadanía”.
Su ascendencia británica no le impide reconocer el histórico comportamiento imperial y colonial del Reino Unido y dice que se sintió confundido y hasta con ganas de empuñar un arma cuando percibió la invasión. Es que a lo largo de cientos de años “los británicos no hemos tenido experiencias que nos sirvan para entender cómo comportarnos hacia un enemigo que haya elegido invadirnos”.

La descripción de la tropa argentina avanzando por su ciudad es muy elocuente. Dice John: “yo había viajado por el norte de Argentina y por Bolivia años atrás, de modo que identifiqué a esas hormigas humanas bajas, morenas, patizambas, y de pecho amplio, como habitantes del altiplano andino”. Y agrega algo que los argentinos tardamos en aceptar: “el destino de las tropas argentinas, casi todos conscriptos, consistió en pasar unas diez semanas viviendo precariamente en lo alto de las colinas, o en agujeros cavados en el suelo turboso, peleando contra el frío, el hambre, la indiferencia de sus casi siempre ausentes oficiales y la brutalidad cuartelera de los suboficiales”.

Tiene en un momento un reconocimiento a los soldados de la PM (Policía Militar) que custodiaba el hospital, adonde John y su familia tuvo que acudir a buscar refugio cuando una bomba inglesa erró el recorrido que debía hacer y explotó sobre el techo de su casa, matando a tres mujeres.
Pasaron varias noches durmiendo en la maternidad del hospital y en la noche del 13 de junio, cuando se desarrollaban las últimas batallas, un grupo de soldados argentinos intentó colocar una ametralladora sobre el techo del hospital, aprovechando las cruces rojas que los pondrían fuera del alcance de los ingleses. Pero ante la queja de los isleños refugiados, dos soldados PM subieron al techo y lograron echar a los de la ametralladora.

Destaca la confusión que reinaba luego del cese del fuego, previo a la rendición, donde se mezclaban soldados de ambas banderas en las calles y en el interior de los edificios de la gobernación, como así también la bronca de los soldados que bajaban de las montañas y se encontraban con la gran cantidad de comida que estaba almacenada en los galpones del pueblo y que nunca se llevaba a las primeras líneas.

John expresa que no debe olvidarse “sino todo lo contrario” el sufrimiento humano que esta guerra produjo. Los muertos, los heridos y los traumas mentales sufridos en los participantes de ambos bandos.
Y sus conclusiones finales exponen el pensamiento isleño actual: no cree en la versión argentina de los hechos ocurridos en 1833 y dobla la apuesta diciendo que “si aun fuera verdad, ¿qué importa?”
Recordando palabras de nuestra presidente pide que se le dé una oportunidad a la paz en el Atlántico sur, y que ambos gobiernos reconozcan la existencia de un tercer gobierno, el de los isleños.



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