El incidente Charlie Brown
El 20 de
diciembre de 1943, el B-17 norteamericano Ye Olde Pub, pilotado por
el segundo teniente Charlie L. Brown, muy averiado tras una misión de bombardeo
sobre Bremen, intentaba en solitario regresar a su base en Inglaterra, con el
artillero de cola muerto y seis tripulantes heridos, incluido el piloto. Sólo
tres hombres a bordo quedaban sanos. El avión volaba a duras penas dejando una
estela de humo, con un motor parado y otro dañado, el plexiglás de la cabina
roto, el timón de dirección partido y los sistemas hidráulicos y eléctricos
fuera de servicio. Sus tripulantes estaban seguros de que nunca llegarían a
Inglaterra.
Todavía
sobre territorio alemán, el bombardero fue detectado por el piloto de la Luftwaffe Franz
Stigler, de 26 años de edad, que en ese momento tenía 22 derribos en su haber,
y sólo necesitaba uno más para ganar la
Cruz de Caballero. A los mandos de su Messerschmitt Bf-109,
Stigler se acercó al avión enemigo, dispuesto a derribarlo, pero comprobó con
sorpresa que desde él nadie le disparaba. Que el B-17, acribillado de metralla
antiaérea, seguía su renqueante vuelo hacia la costa, que en la destrozada
torreta de cola el artillero estaba muerto, y que a través del plexiglás roto
se veía a los tripulantes heridos, ateridos de frío, intentando socorrerse unos
a otros. Entonces, situándose junto a la cabina destrozada del aparato enemigo,
Ziegler se encontró con el rostro del piloto americano herido que lo miraba.
«Para mí, dispararles en ese momento -confesaría 40 años más tarde- habría sido
como hacerlo mientras saltaban en paracaídas». Así que tomó una decisión:
situándose a su lado, muy cerca de él para que las baterías antiaéreas alemanas
no lo atacaran, Ziegler acompañó al enemigo vencido, escoltándolo hasta la
costa, y allí alzó la mano en un saludo, dio media vuelta y regresó a su base.
Nunca contó la historia a sus jefes, porque lo habrían fusilado.
Charlie
Brown pudo llevar su avión hasta Inglaterra. Y allí le prohibieron dar
publicidad a un incidente que revelaba la humanidad de un enemigo que volaba
con la esvástica nazi pintada en el timón de cola. Tardó mucho tiempo en hablar
de ello, pero al fin empezó a investigar. Habrían de pasar 40 años hasta que
Brown diese con el hombre que salvó su vida y la de sus compañeros. Tras muchas
pesquisas, recibió al fin una carta desde Canadá con un breve texto:«Yo era
él». Se encontraron, fueron amigos el resto de su vida y murieron ancianos,
como si el Destino los tuviera vinculados desde aquel día lejano, en 2008, con
sólo unos meses de diferencia. En ambas esquelas mortuorias, Stigler y Brown
fueron mencionados como «hermano especial» del otro.
ARTURO PEREZ REVERTE.-
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