Néstor Miguel González: Héroe de Malvinas, gaucho y platense.
Amigos, aquí estoy de vuelta por el
logro de ésta comunidad, en este sitio que tantos recuerdos nos trae. En este
verde, de la Plaza del Carmen de la localidad de Tolosa, en la pampa húmeda de buena tierra que me aleja de la aridez y de los vientos ensordecedores, donde si bien
quedó mi cuerpo, también sabemos que es el mío. Pero aquí estoy, verdaderamente yo,
porque mis pies pisaron ésta plaza tantos y tantos días para llegar a la
escuela, la misma que aunque no era mi lugar más elegido, me enseñó acerca de
los valores, me ayudo a elegir el oficio de zapatero, mi último trabajo al lado de Olga y Cucho y completó mi vida con amigos que hoy recuerdo y que muchos aún pertenecen “La barra de la calle 121”, que
disfrutábamos nuestros proyectos y deseos en la esquina del almacén de Osvaldo.
Quiero que sepan que disfruté de variadas circunstancias, los bailes en
Unión y Fuerza, y las peñas folclóricas en compañía de mis amados viejos. Si
bien el futbol no me apasionaba, Estudiantes de la Plata era una de las
herencias que recibí y me dio grandes alegrías porque eran compartidas con mis
seres queridos. Mi gran amor fueron las
tradiciones, aprender algún verso, sacar alguna mudanza de malambo, mientras me
regocijaba escuchando frente al combinado a Alberto Merlo, Suma Paz y Eduardo
Falú.
Refugiado en las trincheras
recordaba momentos de mi vida, mis
mocasines lustrados, los pantalones muy planchados por la vieja, mis chombas de
piqué y mi infaltable lord Cheseline para domar el pelo. Alguno que otro traje
de las tiendas El Siglo, porque estar a la moda era muy bueno a los 18 años; era
mejor que tener frío, un poco de hambre y mucho miedo. Pero nada borraba mi risa y lloré más
de risa que de miedo, así que quédense tranquilos. Risas que siempre compartí
con los valientes que me llamaban Gonzalito, Gaucho o Gallego, claro que fuimos
valientes, porque éramos tan jóvenes que
para poder resistir aquello, pensábamos que a los gringos los sacábamos a
los tiros. Había días que faltaban
abrazos de los padres, hermanos y amigos pero sobraban ganas de volver y acabar
con aquella pesadilla que nos sobresaltaba durante las noches, pero también
durante el día.
Hoy estamos aquí y soy parte de ustedes, en este sitio elegido
por mi familia y muchas personas que a través de acciones solidarias,
laboriosas y afectuosas construyen
monumentos. Muchos están presente, a
través de sus cuerpos, pero muchos,
muchos más desde el alma. Este es mi nuevo lugar, donde cuando caiga la lluvia,
brille el sol o las noches sean cálidas o frías siempre habrá una flor natural,
una visita, un comentario y muchísimas huellas
de niños y jóvenes que me recordarán momentos gratos vividos, porque caminarán muy próximo y con pasos desgarbados, juguetones y de cordones
caídos, esos que no dan cuenta del orden y la disciplina que quisieron
imponernos. Porque esos logros no se consiguen en la guerra, son producto del hogar, la escuela, el deporte y
el abrazo de los seres queridos. Era y es inimaginable que la violencia
los construya.
Pero hoy empieza otra etapa, nos reunió el deseo de estar juntos, disfrutemos esta
emoción que a mí me trae compañía y a
ustedes un poco más de paz.
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